El postparto o puerperio dura en teoría 40 días, ese es el conocimiento general, la cuarentena, mientras que el cuerpo se recupera de la batalla que libró 9 meses creciendo y al mismo tiempo haciéndose pequeño, horas interminables en trabajo de parto para algunas; horas interminables en la mesa de un quirófano sin poder ver nada, sin saber, llena de miedo, hasta que puedes escuchar a tu bebé respirar, llorar, vivir. Todo este discurso lo olvidé, aún cuando lo repetía sin cesar, aún cuando ayudo a otras mujeres a entenderlo.
Soy de ese pequeño porcentaje de mujeres que en vez de bajar de peso mientras lactaba, más bien subió, es normal, a algunas nos pasa. No mucho, -un par de kilos, tal vez un poco más, aunados al peso del embarazo-, me decía a mí misma que no era tanto, que ya habría tiempo, que era momento de dar lactancia, de colecho, de crianza respetuosa, de amar a mis hijos y disfrutar verlos crecer.
Así llegamos al "día D", un viaje familiar a Acapulco un año después del nacimiento de mi bebé, en el que me vi forzada por primera vez a mirarme al espejo en traje de baño. Me solté a llorar frente a él, ¿No se suponía que debería haber vuelto mi cuerpo a la normalidad?, ¿No se suponía que un año después, lactando a libre demanda, debería por lo menos haber perdido algo de peso? Me costaba trabajo reconocer la imagen que me miraba con los ojos llenos de lágrimas y varios kilos de más.
Mi marido tocó a la puerta, era hora de bajar a la playa, todos estaban listos, como hacemos la mayoría de las madres, todos fueron vestidos y acicalados antes de mí; yo era la última. Bajé sintiéndome un poco más que chinche, más bien como un hipopótamo, no quería salir del agua, no quería quitarme la blusa. Pasé un muy mal día odiándome todo el tiempo, pensando en todas esas mujeres en revistas y fuera de ellas que se verían tan bien (no como yo) en el mismo traje de baño que yo tenía puesto.
Ese día por la noche mi hijo mayor, con esa gran intuición que tienen los niños de 5 años, me preguntó "¿Mami estás enojada?" Me asombró su pregunta y le pregunté por qué creía que estaba enojada, su respuesta me impactó: -Es que no quisiste ir a nadar conmigo-. Algo en mí se movió profundamente. ¿Qué estaba haciendo?, ¿Por qué me estaba odiando?, ¿Por qué me estaba castigando a mí y a mis hijos con esto?
Tomé una decisión, dejé de sólo escupir el cuento y comencé a creerlo de verdad: SÍ era tiempo de lactancia; SÍ era tiempo de colecho; SÍ era tiempo de desvelos y siestas a deshoras, pero sobre todo SÍ era tiempo de gozar a mis hijos y no iba a dejar que algo tan trivial como mi apariencia en traje de baño me privara de eso. Había luchado contra un sistema laboral, había librado batallas con mi familia y amigos para pedir respeto al tipo de crianza y apego que había elegido tener con mis hijos y me estaba auto-saboteando. No lo permitiría más, no voy a perderme a mis hijos por nada del mundo.
Así la vida. Sigo con algo de sobrepeso, feliz, extasiada de ver al par de hombres que parí y a la hermosa señorita -que quiero como si fuera mi hija- crecer, desarrollarse, ser felices. Lo mejor es que desde entonces hasta he perdido un par de kilos sin pensarlo ni sufrirlo.
Mireya F.
Escribir comentario